Las víctimas del Sodalicio de Vida Cristiana consideran al papa León XIV —antes obispo Robert Prevost— un aliado clave en su lucha por justicia.

Vaticano (Marcrix Noticias)-La elección de León XIV al trono de San Pedro no ha pasado desapercibida. Su trayectoria como obispo en Perú y su rol activo en la denuncia y desarticulación del Sodalicio de Vida Cristiana —uno de los mayores escándalos de abusos dentro de la Iglesia latinoamericana— le han granjeado tantos detractores como defensores. Paradójicamente, quienes hoy celebran su ascenso no son los altos jerarcas de la Iglesia, sino las víctimas.

En 2018, siendo aún obispo de Chiclayo, Robert Prevost se reunió en privado con varios sobrevivientes de abusos cometidos por miembros del Sodalicio, una sociedad de vida apostólica fundada en 1971 por el peruano Luis Fernando Figari. Fue uno de los pocos líderes eclesiásticos que tomó en serio sus testimonios, en un momento en que el silencio y la negación predominaban entre sus colegas.

“¿Qué puedo decir de él? Que me escuchó”, afirma José Rey de Castro, maestro y exmiembro del Sodalicio, quien fue cocinero personal de Figari durante 18 años. “Parece algo básico en un sacerdote, pero no lo es. Y menos cuando te enfrentas a una organización tan poderosa”.

El Sodalicio, con sede internacional en Denver, se expandió rápidamente por América Latina y Estados Unidos, promoviendo una visión ultraconservadora de la fe en respuesta a la teología de la liberación. Durante décadas, su estructura cerrada y su influencia política lo blindaron frente a las crecientes denuncias de abusos sexuales, físicos y psicológicos. No fue hasta la publicación del libro Mitad monjes, mitad soldados (2015) que la dimensión del horror salió a la luz pública.

A pesar de las evidencias, tanto el Vaticano como la jerarquía católica peruana tardaron en responder. Las víctimas enfrentaron años de indiferencia y obstrucción institucional. En contraste, Prevost lideró en Perú la comisión episcopal que escuchó a los sobrevivientes, gestionó reparaciones económicas y promovió investigaciones serias. En 2021, facilitó un acuerdo confidencial con Rey de Castro, tras años de promesas incumplidas por parte del Sodalicio.

“Para mí, el Sodalicio no tiene carisma”, sentenció Prevost en aquella época, marcando una distancia doctrinal y espiritual con el grupo.

Su intervención no se limitó al ámbito pastoral. También defendió públicamente a periodistas perseguidos por denunciar los abusos. Cuando en 2018 el arzobispo sodálite José Eguren demandó por difamación a Pedro Salinas, coautor del libro que expuso los crímenes del grupo, Prevost firmó una declaración oficial de apoyo desde la Conferencia Episcopal Peruana, en coordinación con el nuncio apostólico.

“Y no solo hicieron la declaración: contactaron directamente al Papa Francisco. Y Francisco se enojó”, recuerda la periodista Paola Ugaz, también coautora del libro.

Ese gesto fue la semilla de una transformación profunda. En 2022, ya como alto funcionario en Roma, Prevost organizó una audiencia clave entre Ugaz y el Papa. La reunión impulsó una investigación oficial que reveló prácticas sistemáticas de abuso y control por parte del Sodalicio, así como maniobras de vigilancia ilegal y campañas de difamación contra críticos.

Las consecuencias fueron inmediatas. En 2024, poco antes de la muerte de Francisco, se oficializó la disolución del Sodalicio. Figari y otros líderes fueron expulsados de la vida religiosa, Eguren presentó su renuncia, y la Iglesia pidió perdón públicamente.

Ahora, como Papa León XIV, Prevost hereda una Iglesia todavía sacudida por escándalos. Pero su papel en el caso del Sodalicio ofrece un mensaje claro: la justicia puede comenzar con algo tan sencillo —y tan poderoso— como escuchar.

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