Quedan pocos operadores, principalmente adultos mayores y la demanda cayó por la competencia de los motocarros.
José María Morelos.— El tradicional servicio del tricitaxi en la cabecera municipal de José María Morelos, se encuentra al borde de la extinción. Lo que alguna vez fue la primera modalidad de transporte urbano para muchas familias hoy sobrevive gracias a apenas unos pocos pedalistas, la mayoría de edad avanzada, quienes luchan por mantenerse a flote ante una crisis de demanda, ingresos y renovación generacional.
El tricitaxi — comparable a lo que en otras regiones se conoce como bicitaxi o ciclotaxi — ha sido históricamente un medio de transporte sencillo, ecológico y accesible.
En José María Morelos, esta modalidad empezó hace más de tres décadas, cuando el pueblo comenzó a expandirse y la necesidad de movilidad local creció. Por muchos años representó una fuente de autoempleo estable; en su mejor época circularon hasta 800 unidades en la cabecera municipal.
Para buena parte de sus habitantes, los tricitaxistas no eran solo conductores; eran miembros de la comunidad que conocían las calles, los rincones y hasta las historias de sus pasajeros, lo que les daba un valor humano difícil de replicar con transporte motorizado.
Sin embargo, con la llegada y proliferación de los mototaxis —vehículos motorizados diseñados para las necesidades de traslado urbano— muchas de las antiguas rutas y pasajeros del tricitaxi migraron hacia esas nuevas opciones. Los motivos eran rapidez, menor esfuerzo físico, comodidad y —sobre todo— eficacia en tiempos de traslado.
Según los testimonios actuales, los ingresos de los pocos conductores que aún operan se han reducido dramáticamente; algunos días apenas logran recolectar montos que no alcanzan ni para cubrir las necesidades básicas. Esto, sumado a la falta de relevo generacional —pues pocos jóvenes ven rentable o viable este oficio— ha llevado al tricitaxi a una situación crítica.
Actualmente quedan “como seis tricitaxistas, no hay más”, y en temporadas de bajas temperaturas la demanda cae aún más, pues la gente prefiere opciones más rápidas y resguardadas del frío, como los motocarros, señaló uno de los operadores.
Estos meses, narra, los ingresos son limitados: “a veces cien pesos, a veces 80, como caiga”. Bajo estas condiciones, muchos se preguntan si vale la pena continuar.
Para muchos habitantes de José María Morelos, los tricitaxis fueron más que una forma de transporte; representaron la primera opción de movilidad urbana, una alternativa económica y ecológica, así como un signo de pertenencia.
El declive del tricitaxi no solo implica la pérdida de un medio de transporte, sino de un legado comunitario; una parte de la historia cotidiana del municipio que lentamente se desvanece con cada triciclo que deja de circular.
Aunque la tendencia apunta hacia un cambio irreversible, en otros contextos se ha intentado reinventar el concepto del tricitaxi mediante su modernización. Un ejemplo de ello es la iniciativa MX3 Trici‑Taxi Eléctrico Suburbano: un triciclo asistido eléctricamente que busca ofrecer transporte limpio, seguro y versátil, incluso para personas con discapacidad o carga.
Este tipo de propuestas —más sostenibles, cómodas y eficaces— abre una puerta para imaginar nuevas formas de preservar, transformar o adaptar la tradición del tricitaxi. Si en José María Morelos se apostara por un modelo similar, podría revalorarse este medio de transporte sin sacrificar funcionalidad ni dignidad para quienes lo operan.
