Alison Vivas contó a la BBC su historia bajo el yugo de una red de prostitución que contaba, supuestamente, con la complicidad de las autoridades

CDMX (Marcrix Noticias).— Una colombiana narró a medios internacionales haber sido víctima de una red de trata de personas en Cancún.

La historia de la víctima ocurrió hace siete años, pero solo hasta la semana pasada se mantuvo en silencio. Ella habló para el podcast Vos Podés y posteriormente fue entrevistada por BBC Mundo.

Alison Vivas explicó a la BBC que, mediante engaños, una amiga la invitó a viajar a México en donde encontraría buenas oportunidades de trabajo.

Pero terminó siendo víctima de una red de trata de personas que reclutaba mujeres latinoamericanas y las llevaba a México para desempeñar diferentes labores, entre ellas la prostitución.

La colombiana viajó a México en 2017 cuando tenía 22 años. Su amiga, Melina, a quien conocía desde hacía tiempo, le propuso asentarse en Cancún y, tras ser convencida dejó atrás sus estudios de bachillerato y su trabajo como vendedora de planes vacacionales.

Milena, quien salió de Colombia para refugiarse en Cancún, le mostraba a Alison la buena vida que llevaba en el destino de Quintana Roo.

Alison viajó al destino turístico y ahí se puso en contacto con su supuesto jefe.

La primera señal de alama, y como ocurre siempre en estos casos, el sujeto le ofreció dinero para tramitar el pasaporte con la condición de que la deuda sería pagada con el trabajo que realizaría en México.

Por supuesto el vuelo en avión de Colombia a México fue pagado por su “patrones”.

Alison explicó a BBC que recibió instrucciones precisas para evadir cualquier problema al entrar a Cancún.

“Tenía que pasar por el filtro número uno y decir que iba de vacaciones por una semana”, relató la mujer.

Al llegar al aeropuerto fue recibida por un hombre que era el encargado de llevar a las mujeres a la vivienda donde se alojarían.

El sitio era una casa ubicada en un callejón cerrado y aislado, y en donde fue recibida por otra colombiana llamada Angélica, encargada de cuidar la vivienda y a las demás mujeres que vivían allí.

Al día siguiente, un hombre llegó a hablar con ella y le aseguró que debía firmar un contrato en el que se especificaba la deuda que tenía.

“El contrato establecía que yo adquiría una deuda con la empresa para la que iba a trabajar de 170 mil pesos (unos 8 mil 300 dólares) por concepto del trámite del pasaporte y de los vuelos”, dijo a la BBC.

Alison firmó el documento y entregó su pasaporte como garantía hasta cubrir la deuda, que incluía gastos de transporte, hospedaje y manutención. Confiada en que podría saldarla en menos de seis meses, no dudó en aceptar.

En el restaurante donde trabajaría le entregaron un uniforme ajustado y observó cómo otras mujeres se sentaban con clientes y luego abandonaban el local con ellos para ofrecer servicios sexuales.

“Empecé a indagar más y me explicaron: ‘Aquí lo que nosotras tenemos que hacer es sentarnos con un cliente. Tú te encargas de que esa persona te saque del restaurante a un servicio de compañía o un servicio sexual’”, dijo Alison.

“El cliente va y paga en la caja por el tiempo que quiere contigo. Un chofer del restaurante los lleva hasta otro lugar, que es de los mismos dueños. Ahí haces tu servicio, cumples tu tiempo, y el chofer te devuelve al restaurante”, agregó.

De esta manera, el único medio para reducir su deuda consistía en aceptar dichas prácticas e inducir al cliente a consumir lo máximo posible para generar ingresos. Sin embargo, el sistema estaba diseñado para mantenerlas endeudadas, invalidando cualquier esfuerzo por saldar lo adeudado.

Alison fue trasladada después a Bandidas, un bar en las afueras de Cancún donde la explotación sexual era evidente.

El lugar, dijo, tenía todos los elementos que asociaba con un prostíbulo: desde shows obligatorios de pole dance hasta habitaciones destinadas a los servicios sexuales.

“Quizás si hubiera entrado por primera vez en la noche, cuando las luces estuvieran apagadas, no habría sido tan traumático. Pero lo vi todo a plena luz: la pista, las luces, las habitaciones. Coincidía perfectamente con el imaginario que yo tenía de un prostíbulo”, abundó la colombiana.

“Teníamos que dar dos o tres shows cada noche, que consistían en salir a bailar casi completamente desnudas en un tubo de pole dance. Se bajaba una y se subía otra, y así durante 12 o 13 horas. (…) Yo nunca había bailado en público. La sola idea de hacerlo me generaba náuseas. Pero, como con todas las otras cosas por las que ya había pasado, no tenía alternativa. Aun así, en una noche lo máximo que lograba descontar de la deuda eran 500 pesos mexicanos (unos US$24). Prácticamente nada”, narró al medio de comunicación británico.

Alison explicó que después de cada servicio, “teníamos que bañarnos, vestirnos y salir de nuevo al bar. Yo muchas veces sentía que me estaba muriendo del asco. Me sentía cansada. El cuerpo me dolía. Si el administrador veía que me estaba sintiendo mal, me ofrecía un tequila o una pastilla de éxtasis. Eso sí no se sumaban a la deuda”.

Según la colombiana, no había días de descanso y en caso de solicitar un día de asueto debían conseguir, por lo menos, 8 mil pesos.

Bajo estas condiciones Alison intentó buscar una salida. Habló con el hombre que le había hecho firmar el contrato y con Angélica, pero su única salida, le decían, era pagar la deuda y había una sola manera para hacerlo: adaptarse a esa realidad sí o sí.

Su amiga Milena dejó de responderle los mensajes porque se enteró que era la pareja del jefe de esos negocios.

Alison habló con Luisa, otra amiga, que aún no había viajado a México, pero ya tenía los boletos de avión comprados.

“Le conté cómo funcionaba todo. Lastimosamente, no pude evitar que terminara en mi misma situación unas semanas después”, dijo.

A pesar de las condiciones extremas, cualquier protesta o intento de escapar parecía imposible, pues los captores se aseguraban de infundir miedo y desamparo.

“Tenemos el respaldo de la policía. Esta persona que cuida la Plaza de Toros trabaja para nosotros”. “En la casa de allá vive tal, y en la de allá vive tal”, le decían a Alison para intimidarla y advertirle que si salía corriendo en cada esquina “me iba a encontrar con uno de ellos”.

Al bar Bandidas llegaban trabajadores de la construcción y personas con dinero de dudosa procedencia, ladrones y prestamistas, por ejemplo.

Algunos iban armados y ponían el arma encima de la mesa. “En una ocasión, unos clientes pagaron para llevarse a tres de las chicas y duraron seis días desaparecidas. Cuando volvieron, estaban golpeadas y tenían tatuado un tipo de arma a la que le decían cuerno de chivo y ‘Viva México’”.

Una noche las luces del lugar se apagaron y entraron a un grupo de hombres armados y con capuchas. Uno de ellos se paró frente a Alison y le dijo: “Vístase”.

“¿Cómo es su nombre y usted de dónde es?”, fueron las preguntas a cada una de las mujeres que eran explotadas en el bar Bandidas.

Alison supo minutos después que ese grupo de hombres encapuchados eran autoridades mexicanas y que se trataba de un rescate.

“Llegó un bus grandísimo por nosotras. No supimos hacia dónde íbamos hasta que llegamos a la estación de policía. Éramos unas 35 mujeres. Nos encerraron a todas en una sala de juntas”, dijo Alison.

La mujer fue trasladada a una estación migratoria donde pasó 12 días durmiendo en una celda mientras esperaba el proceso de deportación.

“No era un avión normal, sino que tenía las sillas pegadas a las paredes del avión. Íbamos sentadas, todavía con la ropa que teníamos en el bar, y frente de nosotras una cantidad de policías armados mirándonos”.

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